Jueves, 2 de octubre de 2025, 23:40 UTC • 2 minutos

Irónico
La memoria siempre será selectiva y buscará construir momentos que sostengan la narrativa propia
Culiacán, Sin. - Conmemorar Tlatelolco con el Ejército al lado es un acto de amnesia selectiva. Es como una validación del mismo poder armado que hace 57 años disparó contra jóvenes desarmados y ahora los recuerdan con honor.
La consigna “2 de octubre no se olvida” corre el riesgo de transformarse en un ritual vacío, repetido bajo la sombra de los uniformes. Es aterrador.
En Sinaloa, donde la violencia actual mantiene una estrecha relación con la presencia militar y su papel ambiguo en la seguridad pública, el gesto se torna aún más polémico. No es un simple homenaje: es un recordatorio de cómo las heridas del pasado conviven con los dilemas del presente.
Irónico.
Esta ironía se vuelve hiriente cuando gobiernos estatales como el de Sinaloa conmemoren la fecha en ceremonias acompañadas precisamente por mandos castrenses.
La escena de esta mañana en Culiacán, con el gobernador Rubén Rocha Moya compartiendo estrado con altos militares para recordar la matanza, no deja de proyectar una contradicción: se honra a las víctimas junto a quienes representan a la institución que las reprimió.
La paradoja desnuda la manera en que la memoria histórica en México suele administrarse de forma oficialista, más preocupada por el protocolo que por la reflexión crítica.
Recordar el 2 de octubre junto al ejército convierte la conmemoración en un acto casi simbólico de reconciliación forzada, donde la responsabilidad histórica se diluye entre discursos de unidad y paz.
El ejército, entonces instrumento directo de la represión, quedó marcado como protagonista de aquel capítulo oscuro. Y ahora, en Sinaloa, ha sido protagonista de crímenes que siguen impunes como el de las niñas Alexa y Leidi.

Aarón Ibarra
Reportero Independiente de tiempo completo